La semana pasada pudimos ver cómo militantes del Estado Islámico (EI) destrozaban estatuas y figuras asirias de miles de años de antigüedad. Los hechos ocurrían en Mosul, n el Kurdistán iraquí, en manos de EI desde hace 9 meses. Con la ayuda de mazas y cinceles rompían y picaban las piezas de roca, para que quedasen rotas e irreconocibles. Con ello EI ha pretendido provocar a Occidente, consciente del valor que da al patrimonio cultural, y enviar también un mensaje de ortodoxia religiosa a sus seguidores.
No es la primera sinrazón que lleva a cabo EI en su guerra, de hecho no es ni siquiera la más grave: hay que recordar a las personas asesinadas con el único objetivo de darse publicidad, o el régimen de represión ideológica al que están sometiendo los territorios conquistados . Allá donde EI se ha convertido en hegemónico se han impuesto pautas de comportamiento según su forma de entender el Islam, e incluso se ha perseguido a quienes profesan otras religiones. Sin embargo con este hecho EI da un paso más, y muestra al mundo que en su forma de actuar ni siquiera respeta a los antiguos habitantes de sus territorios. Mucho podrían aprender sus seguidores de aquellos manifestantes egipcios, que en plena Primavera Árabe evitaron que el Museo Egipcio de El Cairo fuese invadido mientras el Régimen de Mubarak se derrumbaba.
La destrucción de la colección de estatuas del Museo de Mosul significa la desaparición de parte de la memoria que conservamos de las primeras civilizaciones que habitaron la Tierra. En esas figuras podemos ver como los hombres y mujeres de aquel tiempo entendían el mundo y se entendían a sí mismos. No es un atentado contra la cultura iraquí, no es un atentado contra los valores occidentales; es un atentado contra el patrimonio de la humanidad, de toda la humanidad. Sólo desde la ignorancia puede destrozarse restos milenarios de nuestra historia con el único fin de vanagloriarse.
En JSE-Egaz reivindicamos la cultura como un elemento universal, y el patrimonio histórico es parte de ella. Desde Machu-Pichu hasta Kyoto, sentimos que parte de nuestra memoria colectiva se encuentra en los monumentos y objetos que miles de humanos nos dejaron. Porque no hace falta ser de Roma para apreciar la pintura de Caravaggio, ni haber nacido en el centro de Pekín para valorar la majestuosidad de la Ciudad Prohibida. El patrimonio que dejaron nuestros antepasados es parte de nuestra identidad colectiva, nuestra identidad como seres humanos. Valorarlo es valorar al ser humano tal como ha sido y como es. Destruirlo, como los talibanes destruyeron los budas gigantes de Afganistan, borrar la historia, tiene un único objetivo, borrar la memoria y construir pueblos más manipulables sin referencias a su pasado.
Rechazamos visiones fanáticas de textos religiosos que fomentan la intolerancia hacia el diferente. Desde nuestra experiencia local, en la que desgraciadamente hemos soportado años de intolerancia ideológica, creemos en el diálogo y el conocimiento mutuo como forma de aprender del otro y valorar su forma de ser y vivir. Hace 10 años el Presidente José Luis Rodríguez Zapatero nombró por primera vez la necesidad de construir una Alianza de Civilizaciones. Estos hechos muestran que la Alianza es, hoy en día, más valida que nunca. Desde JSE-Egaz hacemos un llamamiento al entendimiento respetuoso entre civilizaciones, que no caiga en provocaciones ni en generalizaciones. Sólo desde esta base podrá construirse un futuro de paz intolerancia en toda la Tierra.