Establecer un día al aí±o para reivindicar una mejor actitud global con respecto a focos de problemas es una buena idea. Dado que son muchos los asuntos que deben mejorarse, dedicar a cada uno de ellos un espacio concreto para fomentar la concienciación puede parecer insuficiente, pero resulta práctico a la hora de generar un orden que no conduzca al colapso de la agenda que concentra este tipo de requerimientos.
Hoy, celebramos ‘El Día del AguaÂ’. El trabajo a realizar para mejorar el uso de este recurso aíºn es laborioso, pero, os proponemos llevar a cabo pequeí±as iniciativas con un coste personal reducido que pueden ayudar a hacer práctico este día.
El agua embotellada es un abuso de la razón que lleva al gasto desmesurado en la producción de botellas de plástico y a la indignante contaminación de ecosistemas lejanos a su producción y consumo. No se trata de plantear un ecologismo radical desde el que se soliciten acciones desproporcionadas para la mejora medioambiental. En la cuestión del agua queda mucho camino por recorrer, pero la toma de conciencia en lo que respecta al uso del agua embotellada es un paso que puede llevarse a cabo sin grandes renuncias. Y es que no se plantea la eliminación inmediata de este negocio, ya que no se han recorrido las fases necesarias para ello, pero sí se puede pensar en un consumo más racional de este producto a corto plazo.
Los avances que se han producido en materia ecológica han llevado a los gobiernos a diseí±ar políticas más respetuosas con el entorno. El agua se ha visto beneficiada, y, con  ello, la hipótesis de que su calidad es perjudicial para los ciudadanos-consumidores resulta ofensiva. Las redes de abastecimiento de aguas gozan de mejor salud, y llegan depuradas a los grifos de los domicilios. Recurrir al agua embotellada en este contexto, supone un gasto superfluo, la generación de residuos contaminantes -se ha demostrado que sólo una parte del plástico de los envases se recicla- y la renuncia a una mejora social, que, en caso de ser aprovechada, puede contribuir a la concienciación sobre la relevancia de este tipo de medidas.
Hay quienes argumentan que existen empresas que explotan el agua de manantiales. Esta afirmación es tan cierta como que algunas compaí±ías han reconocido que obtienen su agua en la red general. En este caso, acudir a su producto carece de fundamento. Mientras que en el primer ejemplo, hay que reconocer a los responsables del producto la venta de un agua de obtención más difícil y de etiqueta más sofisticada. Ante la legalidad de su planteamiento empresarial, la alternativa es invitar a los consumidores de este tipo de agua a la reflexión sobre el peso de su decisión de consumir un producto de una presunta categoría superior, puesto que un cambio de costumbre supondría un aporte a la sociedad, superior a la ligera pí©rdida que sufrirían sus paladares al cambiar el origen de una bebida de naturaleza casi insípida. A ello pueden ayudar las instituciones recordando el trabajo realizado para el saneamiento del agua; argumento que competiría de manera solvente con la publicidad de las empresas privadas, ya que, mientras í©stas apelan en su estrategia comercial a motivos emocionales; las instituciones pueden recurrir a razonamientos sólidos y coherentes. Y no hay batalla destinada al í©xito cuando se rivaliza con el sentido comíºn.Â
Las líneas redactadas con anterioridad hacen referencia a la parte desarrollada del planeta. En cuanto al Tercer Mundo, el desafío está en asegurar el acceso al agua para todas las personas. Porque el agua es un derecho, no un producto. Tal vez, sea necesario un sacrificio, y haya que renunciar al gasto en envases contaminantes con tal de facilitar la subsistencia de millones de personas.Â
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En lugar de enviarles montaí±as de botellas vacías enviar montaí±as de solidaridad.